Texto: Sofía Aramayo Gamarra
Un poco de llajua cae del gigantesco plato de plástico, con diseños ya desteñidos a los costados, que sostiene una casera en la acera del estadio Félix Capriles en Cochabamba. La casera actúa con rapidez sirviendo grandes cucharones de fideo sofrito en salsa de cúrcuma sobre pedazos de pollo rebozados en aceite en su salsa y chuños con haba. Relamiéndose los labios con anticipación, algunos pares de ojos, algunos enmarcados por lentes de diseñador; otros con ojeras por largos días de trabajo, siguen los movimientos de la casera esperando con disimulada impaciencia su turno de ser servidos en el atestado puesto donde taxistas, policías, niños y ancianos se amontonan en bancos de plástico verde chillón, en un círculo cuyo núcleo es una mujer de pollera con actitud imponente que sirve, refríe y sonríe a sus comensales en simultáneo. Ella es la estrella del universo creado espontáneamente alrededor del buen sabor y la tradición cochala: el origen de este universo es la chanka de pollo deca. Este plato no tiene una receta que se va a encontrar en internet o en recetarios y su creador es anónimo. Como la gran mayoría de los platos callejeros en Bolivia, viene de una receta inventada, mejorada generación tras generación y perteneciente a un pedazo de nuestra cultura que muchas veces es ignorado. A raíz de este olvido colectivo, Una Gran Nación y Pepsi partió en búsqueda de sabores que la gente por lo general toma desapercibidos por ser callejeros. La premisa es sencilla: demostrar que el mejor plato, muchas veces lo vamos a encontrar en un puesto diminuto en la esquina de una calle llena de comensales, servido por la misma casera hace 50 años. Para lograr vivir y documentar la experiencia al máximo, Una Gran Nación conformó al equipo de foodies bolivianos (personas apasionadas por la buena mesa, que comparten sus experiencias gastronómicas en sus plataformas digitales) más grande del país, sacándolos de su zona de confort y llevándolos a un viaje de sabores e historias por las calles de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba. Desde platillos tradicionales como sándwiches de chola y chorizo, anticuchos, trancapechos, asaditos, sonsos o patascas, hasta platos internacionales adaptados a formas de preparación locales como pollos fritos, pizzas, tacos y gyros, el tour gastronómico puso en ojos de todo el país nuestra riqueza gastronómica. Por tres semanas, los foodies Joshua Vargas, Luciana Gonzáles, Pamela Prudencio, Christian Monroy, Abril Carrillo, Álvaro Ruiz, Daniel Gutiérrez, Nicole Pinto, Mariana Rosales y Sergio Aguirre documentaron a su manera en redes sociales una experiencia de reencuentro con la comida callejera de su país. El tiempo de espera aproximado en un puesto de comida callejera depende de la longitud de la fila de comensales, que ríen y charlan, mientras esperan un plato con un servido que de perfecto solo tiene la yapa, de receta inventada, ingredientes originales y de sabor único y lleno de sazón. En una acera frente al mercado, en banquitos de madera frente a un cementerio o en sillas desteñidas de plástico con vista al tráfico en una rotonda, la comida callejera boliviana es de todos y para todos. En el ritual del servido del anticucho, de los agachaditos y las jibas nos vemos inmersos en un punto de encuentro, al que poco le importa la edad y el origen y nos enseña que, para disfrutar los verdaderos placeres de la vida, el boliviano es un experto creativo (y de excelente diente también). Es momento de que comprendamos que los sabores más increíbles que podamos desear están, literalmente, a la vuelta de la esquina. La riqueza de la tradición de ingredientes y recetas únicas de la comida callejera nos invitan a descubrir que vivimos en un paraíso abundante, en nuestra Gran Nación.
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